sábado, 29 de mayo de 2010

Mirando al mar.

http://www.youtube.com/watch?v=2NGIspX0wmE

Cuando te dije que tenía ganas de llorar, hace rato que ya lo hacía.


Me fui, simplemente porque no quería seguir leyendo esas palabras, palabras que se me clavaban en sitios que yo no sabía que existían antes de conocerte. ¿Por qué escocía tanto ahora? Te odié entonces por no poder odiarte.

Y en mi coche, acostada sobre una improvisada cama en total oscuridad, oía canciones que me perforaban el alma. Todas hablaban de ti.

Quise no creer, quise pensar que únicamente intentabas volverme a hacer daño, intenté imaginarte el ser más despreciable capaz de hacer eso. ¿Y sabes qué? No pude.

Siempre fuiste alguien con poder para hacerme llorar, llorar en voz baja, cuando me gustaría chillarlo, chillar mi dolor. Allí, en ese momento, lloré de verdad, no como lloraba antes con la simple noticia de que no estarías: lloré sabiendo que no sería lo mismo sin ti.

Lloré con la certeza de que, aunque no quisieras, te llevabas un apéndice de mí. El jodido revuelto de emociones contradictorias que había tardado dos años en formarse, y que no se desharía tan fácilmente.

Lloré más, pensando en cómo aceptar que no volverías a entrar por esa puerta, recordando las veces que no te había mirado cuando lo hiciste, intentando así, y casi consiguiendo romper al fin todo…todo eso que me hacía mirarte.

¿Eso es todo lo que siempre fuiste para mí, un constante llanto? Seguramente sí, pero el más dulce que jamás saldrá de mis ojos.

Y no se me ocurrió preguntarme en ningún momento por qué dolía tanto, por qué siempre lo había hecho.

Era simplemente el saber que dejaría de quererte, cuando al fin, después de millones de tropiezos y patadas, había decidido que no quería dejar de hacerlo.

Dijiste que nadie te echaría de menos, y me sentí el ser más estúpido del mundo: porque yo seguramente sí lo haría.

Las lágrimas se irán, y con ellas seguramente el dolor…pero es que yo quería tanto a ese dolor…

¿Qué mierdas hará sin él mi masoquista corazón?

Asúmelo: te quiero.

jueves, 27 de mayo de 2010

623 palabritas

Hala, la continuación del primer capítulo de esta historia que me estoy animando a escribir, de la que intentaré hacer algunos capítulos más, me gustaría que fuera larga. Esta vez a petición vuestra es más corto, supongo que así será más fácil de leer. Esta historia aún no tiene título, algún día supongo que lo tendrá....Sin más preámbulos, leer :3.

...

Cogí con fuerza las pinzas. Cerré los ojos, maldiciendo el no poder también cerrar los oídos. Con la otra mano lo junté a mí, intentando así darle motivos para que no se rindiera. ¿Sería yo suficiente motivo?




Esa duda me asfixiaba, empezaba a marearme por momentos, la fuerza con la sujetaba las pinzas disminuyó considerablemente, y eso denotó en la cara de terror, de desesperación que se dibujó que se dibujó en su rostro. Él quería decir algo, lo intentaba con todas sus fuerzas, pero de sus labios entreabiertos, en los que minutos antes había percibido una gota de esperanza, solo salían jadeos que iban aumentando su velocidad progresivamente. Tenía miedo, más incluso que yo, pero lo que hizo que me odiara hasta este punto fue el saber que hasta ahora no lo había tenido, y que le había fallado, pensar que él había confiado en mí ciegamente…

Los dos sabíamos que no sería capaz.

Y no lo fui.

Comenzó a llorar, sin embargo en su semblante ya no había rastro alguno de desesperación. Su llanto era silencioso, como el de un muerto, y se mordía el labio inferior, en señal de decepción…Terminó de romperme por dentro con ese simple gesto del que aún hoy me veo imposible de culparle.

Me lo merecía.

Porque me había rendido. Ya no hurgaba en su interior en busca de un poco de esperanza. No, no lo había abandonado. Sentía que se marchaba corriendo, a pesar de notarle derrumbado en el sofá de ese piso abandonado, tan cerca de mí…Que quemaba.

Su dolor quemaba, su llanto lúgubre y muerto quemaba. Y no solo a mí: sentía como su cuerpo se reducía a microscópicas cenizas. Mientras yo me negaba a sacar la puta bala que podría salvarle, por miedo a que lo que viniera fuese peor. Me sentía tan mal al imaginar la sangre brotando…y yo sin poder detener el carmesí río que arrastraba consigo a mi vida…

Descubrí su interrogante mirada. Pedía respuestas, que iba a ser de él. Y por la frialdad de su mirada, tuve la certeza de que no temía a la muerte.

Pero yo si la temía, sentía un miedo atroz a que se deslizara entre mis manos como arena.

No, no quería perderle. Y no lo haría. Nunca había estado en mis planes.

Mi miró extrañado de la repentina decisión y fortaleza que desprendía cara poro de mi piel.

Yo le devolví la mirada, pidiéndole, mejor dicho, suplicándole perdón por haber sido tan extremadamente idiota. Como siempre, como el siempre que yo conocía, no hicieron falta palabras, simplemente lo levanté en peso, y lo cargué hasta el coche, que permanecía aún aparcado en la entrada, no sin antes coger una pistola ligera y engancharla como pude en mi cinturón.

Al salir del ruinoso portal, me sorprendió la escasa luminosidad. La lluvia se había extinguido hace rato, dejando como testigos un rastro de aceras mojadas y el mágico olor de la lluvia. Una hilera de farolas alumbraba la calle, como podía, pues la mayoría de estas estaban apedreadas.

Llegué al Mercedes negro con él en brazos. Cada vez el peso repercutía más en mis cansados brazos. Cuando me disponía a tumbarlo en los asientos de atrás, habló.

-Nh…No…voy delante…- lo ordenaba, aunque por su extinto tono de voz, más parecía una sugerencia.

Me obligué a superar la sorpresa inicial. Volver a escuchar su profunda y grave voz…al fin, después de tanto tiempo, fue para mí el mayor de los alivios, pero sabía perfectamente que eso no significaba nada de nada, que lo estaba perdiendo…

Porque cada vez se aflojaba más la mano que rodeaba la muñeca.

Lo deposité suavemente, con dulzura, en el asiento de copiloto. Antes de irme al mío, rodeé su cara con las manos, viendo como se esforzaba en regalarme una amarga sonrisa.

-Te pondrás bien, ¿vale? ¿eh?...

No me oyó.



...
Aquí el final del Capítulo 1: El único día que aún recuerdo, ¿qué os ha parecido? a mí, que es muy corto, y como tengo la continuación ya hecha, la subiré pronto.
Darme vuestra opinión :3
Siguiente capítulo: Cuando la tormenta no amaina.
¡Gracias por leer! ^^ (y por comentar e.e)

jueves, 20 de mayo de 2010

Soplando un poquito...

Soplando un poquito, dándole un poco de aliento a este blog que cada vez está más muerto...Ya, ya, es mi culpa (¿de quién si no? ¬¬U), he estado algo ocupada, y bueno...sé que cuanto menos haya que leer mejor, estoy preocupada, 1231 palabras...¿demasiado? :( así que no me enrrollo más:

...


Capítulo 1


El único día que aún recuerdo



El único día que aún recuerdo pertenece a un caluroso mes de agosto.

Sin embargo, como si tuviera la intención de destacar ante sus predecesores, ese día las aceras fueron bañadas por una de esas afiladas lluvias, de las que caen con tanta fuerza que en vez de acariciar golpean, sin ni siquiera darte tiempo a reaccionar, a devolver el golpe.

Ese día no me pilló callejeando sin rumbo por las calles de una ciudad que no conozco, al contrario de tantos otros. Aquel preciso día tuve que conformarme con oír el murmullo de las gotas golpeando el techo de los coches. He de reconocer que hubiera dado cualquier cosa, de las que se pueden dar, claro, por ser uno de esos afortunados trozos de metal.

Pero ellas tenían otros planes para mí.

Ellas son, simplemente, ellas. O al menos así es como me he referido a “ellas” desde que tengo conciencia. Ellas son voces, voces que me hablan constantemente, y que preocupantemente solo yo oigo.

Desearía no oírlas.

Siempre están ahí, recordándome que mi existencia en si es miserable, reprochándome cada mínimo error que comento. Pero ya es tarde. He aprendido a vivir con ellas.

Aquel día, en aquel momento, en aquel segundo, ellas habían desaparecido, no estaban. Quizás sea porque en esa oscura habitación no había oxígeno suficiente para todos: la ley del más fuerte. Y por una vez me atreví a imponerme, posiblemente fuera que lo que podía perder era demasiado importante para mí.

Odio la palabra perder.

Como iba diciendo, el ambiente dentro de esas cuatro paredes era cargado. Solo dos personas respirando, a diferentes ritmos, y miles de confusos pensamientos a la búsqueda de una esquinita para ellos solos. Ceños fruncidos, muecas de dolor, y el inconfundible y metálico olor a sangre, flotando e inundando por completo la pequeña estancia.

E igualmente, pese a que me esforzaba en ocultarlo, a mí también.

Él se hallaba tumbado como podía en un viejo y andrajoso sofá. Sus oscuros ojos fuertemente apretados. Se agarraba a mí férreamente, haciéndome daño, como si creyera que soltándome caería a un oscuro abismo. Creo que lloraba, no lo puedo asegurar, pues de hacerlo las lágrimas se hubieran confundido con el sudor de su frente. Pero estaba claro que sufría, sufría lo inimaginable.

Habría pagado el precio que hiciera falta, y no lo digo con la mínima intención de quedar bien, por cambiarme por él, y que fuera a mí al que le estuvieran sacando una bala del hombro.

Y es que me torturaba la idea de pensar que en parte era mi jodida culpa.

Os puedo asegurar que cada vez que oía uno de sus desgarradores gritos, esa bala también me atravesaba a mí.

Llamar a una ambulancia: la opción más tentadora, y por azares del destino, a la vez la más inconcebible, ¿por qué? Por las preguntas, que las habría, todas ellas carentes de una respuesta que no implicara verse declarando en una comisaría, con sus veinte años de cárcel correspondientes, en el mejor de los casos. Pero yo en esos momentos estaba demasiado concentrado en extraer una bala de un cuerpo que se convulsionaba con unas simples pinzas…vamos, como para pensar en estúpidas y complicadas consecuencias…Además, para empeorar la cosa, mi pulso en esos momentos dejaba mucho que desear: todo mi cuerpo se estremecía cada vez que él intentaba respirar, exhalando con fuerza, temía tanto de que fuese la última vez que lo hiciese…

Con la mano restante, la derecha, ya que soy zurdo más o menos desde que nací, hundía los dedos en su oscuro pelo, casi tanto como sus ojos, y lo acariciaba, lo masajeaba, con la mirada fija en su herida, pendiente de cualquier quejido fuera de lo normal. De un tirón junté nuestras frentes, por fin volví a experimentar la seguridad, y a la vez el temor, que me proporcionaba su único e inconfundible calor.

Susurré palabras de aliento, que chocaban contra sus labios entreabiertos, y pude saborear el aliento a sangre, líquido arrebatador, que emanaba de éstos.

Me volví loco.

Apenas escasos milímetros nos separaban, me separaban a mí de su infierno particular, cuando un gemido que salió a trompicones de su garganta me devolvió a la realidad, no a la mía, ni a la suya, a otra realidad paralela, la que yo tanto detestaba, ¿había demasiada sangre o me lo parecía a mí? Entonces fue cuando abrió los ojos, lentamente, y me empecé a preocupar de verdad.

Sé que detrás de esa niebla, de esa mirada perdida, algo me buscaba, algo que cada vez se deshacía más en ese vacío, y que intentaba con todas sus fuerzas emerger.

Pero no podía.

Era incapaz, sé que lo perdía, se estaba muriendo, ¡se estaba muriendo, joder! Jo recuerdo nítidamente, como la histeria se hacía paso a empujones por cada nervio de mi cuerpo.

Como él intentaba mirarme a los ojos en todo momento, sin conseguir nada más que preocuparme.

Topé con algo.

Haciéndome paso con las pinzas entre la carne perforada, al fin di con algo. Creo que él también lo sintió, más que nada por la mirada que, por unos escasos momentos, creí mía. Reí. Sus ojos enamorados también lo hicieron, sobreponiéndose a cualquier tipi de dolor, pero ningún otro músculo de su cara respondió a mi particular derrame de alegría. Lo interpreté como una mala señal, mas no perdí la compostura. Era un juego a todo o nada. Y ese juego se jugaba ahora.

Apreté más el improvisado torniquete, y acto seguido empiné una botella de coñac en su boca, obligándole a beber.

Lo hizo con gusto, con ansia, como si bebiera por primera vez en muchísimo tiempo, vaciando el contenido de ese recipiente para veneno a una velocidad prodigiosa. Si no moría desangrado, lo haría de un coma etílico sin duda. Hasta que tosió y aparté de golpe la botella de sus labios, derramando la mayoría de líquido restante por todo su cuerpo.

Cuando volvió mi mirada a sus ojos, reconocí en ellos un brillo diferente.

Tanto, tantísimo tiempo extrañando un contacto tan extremadamente íntimo, sin apenas un roce, que había olvidado de sus ojos, cuando en ellos entrada con furia la pasión. Nos miramos. Él me examinó el alma y yo hice un tanto de lo mismo con la suya. Ya no gemía, ya no gritaba, se me ocurrió pensar que probablemente había olvidado la bala. Qué tontería. Nada más lejos de la realidad.

Lo entendí. Me acerqué hasta él, aproximé mi rostro, y se lo regalé, se lo regalé absolutamente todo.

No había deseo ni ansias en aquel beso, me contuve como pude a pesar de haber deseado tanto tiempo ese perdido contacto, dejándole hacer a él, que acariciaba suavemente mis labios, abriendo y cerrando la boca como un pez que necesita respirar. Me estaba respirando a mí, y de repente…

Paró en seco.

Apresando entre sus dientes mi labio inferior, dándome pista libre para hacer lo que tuviera que hacer. Me hubiera gustado retrasar minutos más ese momento, me lo impidió el saber que a cada segundo que pasaba él se retorcía por dentro de dolor.

Cogí con fuerza las pinzas. Cerré los ojos, maldiciendo el no poder también cerrar los oídos. Con la otra mano lo junté a mí, intentando así darle motivos para que no se rindiera. ¿Sería yo suficiente motivo?

CONTINUARÁ...
 
...
Vale, ahora quiero opiniones...¿qué os ha parecido? ¿Borro esta entrada y hago como si nunca hubiese existido?...¿Demasiado larga? ¿Las siguientes más cortas o más largas? Venga, ayudarme a darle un poquito de vida a este blog :3

domingo, 9 de mayo de 2010

DEFINITIVAMENTE ADIÓS...sorprendentemente continúa :)

Vale, he estado bloqueada, demasiadas cosas nuevas, demasiado trabajo...Pero lo importante (para mí) es que he vuelto, no con las pilas recargadas, pero bueno, y lo único que me apetecía escribir era algo del tipo de Definitivamente adiós, así que...me puse manos a la obra, y aquí está. Era un poco como imposible continuarlo desde el punto de vista del primer personaje, supongo que es fácil adivinar que quién habla es el otro (sí, otro, ¿algún problema? ¬¬U).
Hay bastante tiempo entre la primera parte y esta, seguro que se nota...He intentado dar diferentes personalidades a los dos personajes, decirme lo que os ha parecido :)

...

DEFINITIVAMENTE ADIÓS II

He roto uno a uno todos los relojes de mi habitación. Sí, aun pienso en ti. ¿Cómo intentar olvidar el primer y posiblemente único amor? Mis notas han bajado demasiado, estuve a punto de repetir curso la primavera que nos separaron, rememorando cada día aquel fatídico momento, deshaciéndome en lágrimas como una magdalena. Pero me dijiste que luchara por mi futuro, y que no me dejara desperdiciar, como hiciste tú. Y yo, sintiéndome cada vez más patético, atesoro cada una de tus palabras en un rinconcito impenetrable de mi mente. Para mí son sagradas, y las obedezco por miedo a decepcionarte, estés donde estés.
Cuando pienso en ti todo son interrogantes, bueno, también hay dolor, pero merece la pena soportarlo, sobre todo porque sé que ese dolor me hace estar más cerca de ti. ¿Dónde estarás? ¿Qué será de ti? ¿Recordarás…nuestra promesa?


Me gusta tumbarme en la cama, imaginar que estás dormido como un angelito en nuestro sofá, “el sofá”, como lo llamábamos, dentro de la pequeña cabaña donde tantísimas cosas felices pasaron, es increíble que quepan tantos recuerdos en tan pocos metros cuadrados… Entonces es cuando yo entro despacito, y sigilosamente me siento a tu lado, apoyando la cabeza en tu pecho, como tantas veces hice. Y es que amaba tanto sentir el latir de tu corazón, tu acompasada respiración…

No sé si aun me recordarás, si todavía pensarás en mí cada segundo, como hago yo. En el fondo, muy muy fondo, me gustaría que lo hicieras. Me riño, porque no quiero que sufras. Pensar en mí es la opción más idiota y autodestructiva, pero es que tú siempre fuiste masoquista, sino… ¿Por qué perdiste tanto tiempo en una relación en la que tanto tú como yo sabíamos que acabaría mal, que dolería lo inimaginable? Y dolió, puedo asegurar que dolió mucho. Hoy sigue doliendo, y por lo que parece el dolor no tiene intención de cesar.

El tiempo transcurre demasiado rápido, y tengo la insoportable sensación de que si no estoy contigo lo estoy desperdiciando. Ya ha pasado demasiado…casi dos años, ¿te imaginas? ¡Y sigo queriéndote como el primer día! De eso es de lo único que estoy seguro, vaya que si lo estoy. Hasta ahora he hecho todo lo posible para verte, puedo decir tranquilamente que me he escapado varias veces. Y si no estoy allí todavía es que mi padre ha reforzado la seguridad hasta puntos inimaginables. Lo sé, aún soy un niñato, como me dijiste la primera vez que discutimos, y la última, que denotó en la dolorosa separación que aun hoy me tortura. Solo 17 años…Tengo que admitir que ahora, una vez rota la burbuja, puedo entender porque a todo el mundo le parecía una locura…Sin embargo, es nuestra locura, y yo sigo apoyándola.

Apenas tres meses me separan de la fecha que simbolizará una falsa libertad, mi cumpleaños, he de hacer algo…mas me he dado cuenta que los últimos días me vigilan de una forma inusual, como si hubieran percibido el brillo de mi mirada. Notan que después de tanto tiempo estoy vivo, y eso solo puede significar que tramo algo…

No se equivocan, y es que no he olvidado nuestra promesa. Tampoco ignoro el hecho de que cada vez está más cerca el día, y que no tengo ni idea de que hacer. Si al menos pudiera comunicarme contigo…Demasiado arriesgado, además, ¿qué me hace pensar que todavía me estarás esperando? Ni siquiera sé si te acordarás de mí, del niño que te lo dio todo… ¿Sabes? Te he desobedecido, sé que no te gusta verme llorar, y aun así no paro de hacerlo.

Me ahogo en mis lágrimas, y no quiero ni imaginar en lo que te ahogarías tú. Recuerdo que cuando yo llegué lo dejaste todo, dijiste que a partir de entonces yo sería tu droga, ¿qué otras drogas te calmarán ahora? Cada vez que lo pienso un puño oprime mi corazón. Por favor, no me dejes ahora.

Nos separan demasiadas cosas, lo único importante para mí los kilómetros, son muchos, contados uno a uno a conciencia. Prefiero no pensar en eso… ¿Puedes creer que me llevaron al psicólogo? Yo también lo habría hecho de estar en una situación similar, no comía, no dormía…parecía un muerto.

Sigo pensando que ha pasado mucho tiempo…

Y ahora, más que nunca, anhelo el oír tu grave voz. Ruego que este adiós definitivo sea a la soledad que nos invade, y no al poder gozar de tu presencia. Ruego por volver a verte…Ruego por volver a vivir…

Te quiero, Jack.