sábado, 26 de marzo de 2011

Los corazones contentos. Pequeñas dosis de tristeza diaria.

¿Hay algo más jodido que el amor? Sí, la amistad.
Esas fueron las palabras que, mezcladas con lágrimas, finalizaban un discurso de frases con sentido pero sin sentimientos. Y le acaricié el pelo a la personita que permanecía callada, mirando fijamente a un punto indeterminado del suelo, a mi lado. Sin saber si las palabras tan sabias y a la vez estúpidas que salían de mis labios cambiarían algo en su cabecita. Porque ahora había eclipsado su desgracia con mis penas, y la que sentía como las pequeñas gotitas de agua atravesaban sus húmedas pestañas era yo.
Y que estúpido por mi parte, comenzar a llorar en ese momento. Pero claro, yo ya sabía que eso sucedería, que entre las risas, la música que se oía tan lejana, la gente que pasaba, anónima, y el alcohol que brillaba atrayendo a los cuerpos, la tristeza acabaría por emerger. Aquellas fueron las primeras lágrimas que tanto me había costado alcanzar.
Porque hay palabras que solo por el mero hecho de pronunciarlas explotan, y porque es inevitable que desemboquen en tristes balbuceos. Allí estaba yo, sincerándome por primera vez sin tener que dar explicaciones, resúmenes rápidos y mal contados de toda la historia, o impresiones subjetivas motivadas por aquel rastro de dolor e incomprensión. Con la brisa nocturna de la noche, y el cansancio de una interminable y fugaz semana acoplado en mis huesos, rompí a llorar. Llorando juntas, pasaron segundos.
Me levanté. Porque el final de la fiesta estaba anunciado, y en qué momento, vaya. Y me marché, limpiándome las lágrimas con las manos. Acabó la noche con un rastro de melancolía, pero con el inconfundible sonido de los corazones contentos. Y yo, de vuelta, preguntándome las mismas preguntas de siempre, ¿por qué se acabó? ¿Por qué después de todo esto?
Y ahora sé que si hay algo peor que el amor, esa es la amistad. Que duele y siempre dolerá haber perdido algo tan grande. 
Porque...¿está perdido?